
La situación se dio así. Viaje en tren. Asientos enfrentados con capacidad para dos personas cada uno. Yo del lado de la ventana y Fernando, un compañero de trabajo, del lado que da al pasillo. Ambos en el sentido contrario al avance del tren. Enfrente, también del lado de la ventana, una mujer durmiendo (parecía venir del gimnasio: pantalón de Jogging, buzo y pelo mojado. Estaba cansada, ¿qué habrá estado haciendo?). Del lado del pasillo, en cambio, una chica leyendo unos apuntes universitarios. Llevaba un resaltador en la mano. Tenía lindos anteojos, muy intelectuales, de armazón de Carey. Sube Adrián, otro compañero de trabajo, nos saluda y se acomoda en el asiento que estaba del otro lado del pasillo. Quedamos los tres en línea. Intercambiamos algunos saludos y expresiones de ocasión. En eso, la chica que estaba leyendo los apuntes abandonó su tarea y le dijo a Adrián si quería intercambiar su asiento con el de ella así estábamos más juntos y podíamos hablar. Le agradecimos el gesto y le dijimos que ya bajábamos. Por un segundo creo que sentí admiración (o en todo caso, sentimos admiración) por la educación de esa mujer, particularmente debido a que yo jamás lo hubiera hecho. No sé si es algo malo, pero naturalmente esas cosas no me salen y a esa mujer sí. No sé cómo será ella en los demás aspectos de la vida, pero pienso que en ese momento era lo de menos. Además, creo que alguien que tiene esos gestos tan desinteresados no puede resultar ser una mala persona en lo que se refiere a otras cosas, o tal vez sí, quién sabe, en este mundo hay de todo, pero al menos ella no lo parecía, tenía un aura de amabilidad y, lo vuelvo a repetir, creo que la admiré mucho por eso. Concluí en que nuestros héroes y heroínas serán siempre aquellos que hacen de un modo natural algo que nosotros sabemos de antemano que jamás podremos hacer sin aplicar aunque más no sea un mínimo esfuerzo.