Texto de mi autoría publicado hace 4 años en la revista Greetings, edición que se hizo para celebrar la llegada de Bruce Springsteen a la Argentina después de 25 años.
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Año 1986. Verano. Imaginen a un chico de 12 años,
una bicicleta Aurorita rodado 20 y una bosa plástica llena de paquetes
conteniendo veinte bolsas de residuos de 45 x 60 cada uno. Imaginen a ese chico
estacionando la bicicleta junto a un poste de luz en un lugar de la avenida
Libertador, en pleno centro de la ciudad de Merlo (Buenos Aires), para después
repartir estos paquetes en fila sobre el suelo de la vereda. ¿Qué lugar podría
haber buscado para tal cosa un tipo enfermo de la música?
Supongo que ya lo adivinaron pero igual se los digo:
frente a una disquería.
Se llamaba Musical
Merlo y, como a la mayoría de los negocios de este rubro, el tiempo se la
terminó deglutiendo. Muchas veces, al ver uno de estos negocios abiertos, me
pregunto cómo hacen para subsistir. Incluso llego a pensar que son la pantalla
de un negocio turbio o algo por el estilo. Pero como alguna vez cantó Miguel
Mateos: “son malos pensamientos,
libéralos de mí”.
El tema es que estaba un rato ahí, no vendía nada y
me iba. Una tarde, uno de los dos empleados que tenía el negocio, se acercó y
nos pusimos a hablar de música. No recuerdo su nombre, pero para mí, todo lo
concerniente a una disquería siempre fue una debilidad. Por algo debe ser que
me fascina tanto el personaje de Rob Fleming en el libro Alta fidelidad (Nick Hornby).
Cuando ibas a una disquería a comprar un vinilo,
antes de efectuar la transacción le pedías al disquero (no encuentro otra forma
de llamarlo, aunque bien podría ser “empleado de la disquería”) que te lo
probara. Esto no sólo servía para que paladearas la calidad musical de la obra,
sino también para poder comprobar que
ese disco que te estabas por llevar a tu casa no estuviera rayado. Y cuando la
púa de diamante se apoyaba en el disco, la música que tanto te gustaba y que
tanto ansiabas escuchar, empezaba a inundar el ambiente y a tronar por los
parlantes que daban a la calle, es decir, sonaba en el centro de la ciudad y
por lo tanto, en los oídos de los cientos de personas que pasaban por ahí.
Recuerdo dos momentos gloriosos.
Uno fue cuando compré el disco Música total 2, y la púa se deslizó sobre la canción Money for nothing de Dire straits sonando a más no poder en
la intersección de la avenida Medrano y Corrientes.
El otro fue cuando compré el disco del que te estoy
hablando.
Volviendo a lo mío, la verdad es que más que vender
paquetes de bolsas de residuos, lo único que hacía era conversar y escuchar
música con este flaco.
¿Y bien? ¿Cuál es el sentido de toda esta
introducción? ¿Qué tiene que ver eso con el disco más exitoso en la carrera de
Bruce Springsteen?
Un día apareció una persona que pidió que le
probaran Born in the USA. En el último
año, Bruce había sonado fuerte en las radios con su hit Dancing in the dark, canción que me gustaba pero nada más. Incluso
recuerdo que mis viejos se copaban cada vez que pasaban el vídeo en la tele.
Tenía todo lo necesario para ser un hit: buen ritmo, buena melodía, y buena
onda. Y al final del vídeo, como ya deben de saber, el Boss invitaba a una
chica a subir al escenario para bailar con él (hoy en día ya se sabe que era
Courtney Cox Arquette, quien alcanzaría la fama años después interpretando el
personaje de Monica Geller en la serie Friends). Lo cierto es que mas allá de Bailando en la oscuridad (tanto en la radio
como en la TV los títulos de las canciones se decían en castellano), nunca se me había ocurrido escuchar un poco
más de ese disco.
Lo que más me gustó de ese picadito que hizo el
disquero fue el hecho de que la mayoría de los temas eran bien movidos y tenían
mucha fuerza. Y no pasó mucho tiempo para que me juntara la plata necesaria y
me lo comprara. “No tienen idea del disco que me voy a comprar”, le decía a mis
padres, que a su vez preferían escuchar los discos de Sotano Beat, algo de
Camilo Sesto, Valeria Lynch, Dyango y un disco autografiado por el propio
Floreal Ruiz.
La primera canción, la que da nombre a la placa, la
pasaba por alto porque me parecía demasiado ruidosa y sabía que a mis padres
mucho no les iba a gustar, y por más que sea considerada una de sus canciones
emblemáticas la verdad es que no le tengo mucha estima. El aparato que tenía en
casa era un CBS Columbia de esos que eran como un mueble con una manija en el
centro de la cual tirabas y aparecía la bandeja giradiscos. Tenía radio AM y
parlantes separables. Mi mamá se lo
compró de soltera trabajando como empleada en una joyería (cosa que hasta el
día de hoy lo sigue contando como uno de sus grandes logros individuales). Y
cuando puse Cover me, el segundo
surco, mi mamá justo salía de bañarse y me mencionó cuánto le gustaba esa
canción, así nomás escucharla. Y eso me puso contento, más que nada porque en
casa la música que escuchaba y los discos que compraba eran considerados
literalmente “una porquería”, “música de mierda”, etc.
Que a mis padres les gustara, significaba que podía
escuchar el disco más seguido, que no tenía que esperar a estar solo para poder
hacerlo. Algo por demás fabuloso para mi vida rutinaria en el Oeste del Gran
Buenos Aires. Y a decir verdad, Born in
the USA fue un disco que en casa gustó desde el principio, tal cual me pasó
cuando escuché ese picadito en la disquería.
Pero sigamos con el álbum. Porque estaba tan bueno
que, como le pasaba a millones de personas en el mundo, no podía dejar de
escucharlo. La furia rockera de Cover me,
la alegría rutera de Darlington country,
el mejor rock de los cincuenta adaptado a los 80 en Working on the highway… sí señor, era un disco para poner en esos
momentos de las reuniones en los que se corría la mesa y simplemente te ponías
a bailar con tu familia en el living de tu casa. Un poderoso bloque de rock and
roll capaz de hacer bailar a cualquiera. Pasa que por lo general en mi familia
siempre se prefería la música “movida”, es decir, música alegre, música para
bailar y olvidar las penas.
Y después del frenesí… la nostalgia.
Como un gran manipulador de climas, Bruce nos lleva
a través de una autopista de diversos estados emocionales. Y en este disco ese
momento empieza con Downbound train,
canción que adoraba escuchar en momentos melancólicos. La imagen es la
siguiente: me sentaba frente al tocadiscos con la tapa del álbum en la mano,
miraba el nombre de las canciones y me imaginaba lo que decía la letra mientras
iba armando un videoclip en mi cabeza (sí, eso mismo que hoy hacemos con el
Sony Vegas en la computadora). Para esta canción imaginaba a un tipo triste
tipo David Banner en la serie El
increíble Hulk, que sin tener adónde ir, sacaba un pasaje, se subía a un
tren, se sentaba junto a la ventanilla y miraba el paisaje mientras pensaba en
nada. Otras veces ese mismo personaje se subía a ese tren a las afueras para ir
a buscar a su novia, esa misma que hacia un tiempo se había marchado del pueblo
y ya no le contestaba sus cartas. Así era escuchar discos en los años 80 (al
menos para mí). Cerrar los ojos e imaginar. Crear un mundo propio.
Y con ese tipo de canciones era más fácil porque al
no ser cortes de difusión no tenían videoclip. Por eso no me pasaba lo mismo
con I´m on fire, porque ya tenía un
video, y en ese vídeo Bruce cumple el rol de mecánico que le arregla el auto
lujoso a la hermosa mujer de un millonario, que a su vez le pide si se lo puede
alcanzar a su casa cuando esté reparado.
¿Y qué decir de la cara B?
No surrender,
hermosa por donde se la mire, con ese claro mensaje que te invita a no rendirte
jamás, sea como sea.
¿Y qué decir de Bobby Jean?
Hasta el día de hoy es de mis preferidas, con ese
sensible y eufórico solo de saxo que el gran Clarence Clemons nos regala en la
coda de la canción. Cada vez que la escucho en el auto la vuelvo a repetir más
de una vez, es una de esas canciones que necesito escuchar en ciertos momentos,
canciones para pensar en esa gente que extrañás, esa que se fue sin despedirse,
o aquella con la que compartiste tantos momentos y que después siguió otro
camino.
“Nos gustaba la
misma música, las mismas canciones, la misma ropa”.
Entiendo que la mayoría de las personas tenemos
amigos así, y si no los tenemos, en algún momento los hemos conocido. Gente con
la cual compartir aquello que te gusta, eso que te pasa y que no muchos
entienden. Hay un mito que dice que es una canción compuesta para Steven Van
Zandt (el gran compadre de Bruce), quién decidió dejar la E-STREET BAND en
1981. Y es muy loco saber que hoy en día, cada vez que tocan esa canción, Bobby
Jean ha vuelto y está en el escenario rasgueando esos acordes. Supongo que debe
ser raro estar tocando una canción que fue compuesta cuando te fuiste de un
lugar.
Lo cierto es que el enojo del personaje que canta la
canción reside en el hecho de que se haya ido sin despedirse, como si todas
esas cosas compartidas no significaran demasiado. Y la canción conecta con
nosotros nada más que por eso. Todos tenemos nuestra parte melancólica, y
también alguien a quién extrañar. Es ese “si estuvieras aquí para ver esto” que
tantas veces pensamos y sentimos. Y lo bueno es que eso mismo que Bruce expresa
en la letra de la canción, Clarence Clemons bien parece interpretarlo en su
saxo. Lo que quiero decir es que si la canción careciera de letra, con sólo
escuchar el saxo de Clemons entenderíamos de qué está hablando.
No me quiero extender mucho en un análisis tema por
tema porque para eso están los críticos, pero en la cara B hay dos “hitazos” de
esa época como Glory days y Dancing in the dark. Lo curioso era la
ubicación de estas canciones en el disco. Una en el track 10 y la otra en el track
11, cuando lo más común en cualquier disco era encontrar los hits en los
primeros surcos. Todo un detalle.
Y en lo personal Bailando
en la oscuridad creo que es una canción para escuchar tanto cuando estás
alegre como cuando estás triste. Da lo mismo. Más allá de su ritmo pegadizo, es
una canción cuya letra es capaz de hablar de lo que te pasa como muy pocas.
Frases como “Quédate en las calles de esta ciudad y te apuñalarán por la
espalda” o “Me muero por un poco de acción, estoy harto de sentarme aquí tratando
de escribir este libro” o “Quédate en las calles de esta ciudad y te cortarán
en pedazos” no pueden serte indiferentes cuando estás tratando de encontrarle
un rumbo a tu vida y nada te satisface, cuando tu cuerpo está lleno de energía
y sentís que nada de lo que te rodea te entusiasma, cuando sentís que las cosas
están ocurriendo en otra parte y no en la ciudad achanchada en la que vivís.
Ya en el final, tenemos un cierre bien melancólico
con la canción My hometown.
Al estar ubicada en el último surco y luego del gran
hit del álbum, Bruce parece querer decirnos: “bueno gente, se acabó la fiesta,
es hora de apagar las luces porque la vida también es esto”. Aún sin saber qué
decía la letra, es una canción que significó mucho para mí. Es que cuando me
pongo a pensarlo, tal cual lo escribí en uno de esos cuadernos de espiral que
solía llenar a los 17 años, dentro de mí siento que nunca tuve una ciudad
natal. Físicamente sí, pero emocionalmente no. Y menos cuando te estás mudando
de casa cada dos o tres años. No es lo mismo. Mudarte supone cambiar de
escuela, de amigos, de afectos. Es bien cierto que ese cambio los chicos lo
hacen más simple, pero esa clase de vida significa construir para después dejar
todo atrás y volver a empezar. Son cosas que de adulto te marcan mucho. Incluso
creo que es lo que te convierte en alguien cosmopolita, en un árbol con raíces
débiles. Y de repente cuando escuchás a un tipo hablar sobre su ciudad natal
tal cual lo hace Bruce, te sentís conmovido. Y más de la forma en que lo
relata. Es una canción para escuchar un día de mudanza. O en noches en que te
asaltan los recuerdos. Cuando alguien le canta de esa manera al lugar en el
cual nació, te asaltan ganas de tener un lugar así, el lugar en el que creciste
y te formaste. Escuchar My hometown
sin tener un lugar de pertenencia es como escuchar canciones de amor sin tener
a quién extrañar. Son canciones que te hacen sentir que te falta algo, algo
importante.
Cuando tuve la posibilidad de conseguir la letra traducida,
fue un poco un flash. El personaje de la canción nos habla de su infancia, el
esplendor, los tiempos difíciles con luchas raciales de por medio, la crisis
económica, el ocaso, las fábricas que cierran y el pueblo que languidece. Las
dudas entre marcharse o no, cosa que finalmente hace, y su hijo pequeño sentado
con él en el volante para decirle: hijo, esta es tu ciudad natal.
Born in the USA,
fue lo primero que se conoció de Bruce Springsteen aquí en Sudamérica a nivel
popular. Fue un buen punto de partida para que muchos conociéramos sus discos
anteriores. Hoy en día, aunque ya no tengo tocadiscos, conservo ese vinilo con
amor. Significa mucho para mí. Por más que ya tenga el álbum en CD, no importa.
Es un recuerdo de una época maravillosa, una época en la que el rock marcaba
tendencia y sonaba en los parlantes de los autos y los colectivos. Hace poco,
en setiembre de 2013, Bruce volvió a tocar en Argentina después de 25 años, y
no por nada tocó casi todo ese disco (en el show de Río de Janeiro lo tocó
completo), y de esa forma nos hizo un regalo emocionante y difícil de olvidar. De
alguna manera al escribir esto siento que estoy cerrando un círculo importante.
Un círculo que se cerró cuando pude ver un show de Springsteen por primera vez
en mi vida. Ahora se abre otra etapa. La vida sigue, con o sin ciudad natal.
Ya terminando de escribir esto, tengo al vinilo al
lado mío. Dentro del sobre el disco está dentro de una funda de nylon, que por
otro lado eran mucho mejores que la de papel. En la parte de atrás, en el lado
derecho de la parte inferior alcanzo a leer la frase: ¡Disco es cultura! Lo
saco y contemplo la etiqueta color naranja de CBS en el centro. Ahora lo vuelvo
a poner en su lugar. Cuando lo compré era un chico de 12 años que vendía bolsas
de residuos. Ahora tengo 44 años, mujer y dos hijos. Toco la guitarra y canto
en una banda de rock. Bruce Springsteen sigue dando conciertos de 3 horas y
sigo comprando todos sus discos. Miro sus shows con mis hijos y aturdo a mi
mujer con su música. Y cada vez que lo escucho sigo siendo ese chico de 12 años
que un día salió de una disquería con el vinilo de Born in the USA en sus manos y no veía la hora de llegar a casa
para escucharlo.