Tener albañiles trabajando en la casa no es algo que le guste a todo el mundo (aunque los hay, no lo niego). Incomoda pero es necesario.
Son varios los motivos por los que podés necesitar un albañil en una casa en la que ya estás viviendo. La más popular es la reforma, y la otra llamarlo para que continúe con una obra que tuviste que parar por distintos motivos.
Que haya un albañil trabajando en tu casa es sinónimo de polvillo en el aire. Cemento, arena, cal, cigarrillos, una radio portátil… En cierto modo tenés que convivir (de acuerdo a la magnitud de la obra) durante unos cuantos días… la mayor parte del día. El consuelo principal, si es que es una reforma que decidiste encarar, es pensar en el final de la obra, en cómo va a quedar todo. Es como visualizar una imagen hermosa durante la meditación. Cuando ves la casa hecha un kilombo tenés que cerrar los ojos e imaginar cómo se verá todo una vez que se terminen los trabajos.
Además, en esos días se altera la rutina y la distribución de las cosas en la casa. Los muebles se tapan con bosas para que no se llenen de mugre, y no hablemos de los pisos… ¿cuántas veces habrá que trapearlos para que queden como antes? Y encima las partículas de cemento y arena que se te pegan a la suela y se depositan en cualquier lugar de la casa al que vayas.
Además está lo otro: la convivencia amable. ¿Le sirvo algo fresco? ¿Un café? ¿Té? ¿Mate? ¿Pasar al baño? Sí, como no, pase. Y la situación se agrava cuando hay chicos, porque los chicos son energía incontenible y necesitan movimiento ilimitado. No, para allá no podés ir, está el hombre trabajando. ¡Vení para acá! ¡Te dije que no caminés por ahí que me ensuciás todo! No, no te puedo llevar, me tengo que quedar acá por si precisa algo, además, nos es que uno desconfíe, pero tampoco puedo ir así como así y dejarlo solo. Qué suerte tiene tu papá que por lo menos se va a trabajar.
Cuando los albañiles trabajan se da un acuerdo tácito, de esos que se suscriben sin hablar ni firmar nada. El tipo quiere terminar rápido para que le rinda más la plata que te cobra, y vos no ves la hora de que termine así volvés a tu rutina.
Es decir, hay que convivir porque no queda otra ni para él ni para vos, es sólo por unos días. Él es el que manda, el que determina cuando y como te va a hacer el trabajo, en cuanto tiempo lo va a terminar, a qué hora te tenés que levantar para abrirle la puerta, si va a hacer buen uso de los materiales, si va a buscar un corralón que tenga buenos precios o el que le queda más cerca. Y tratá de no discutir ni nada, andá a saber si dentro de unos meses no se te cae un pedazo de revoque en la cabeza.
En resumen, cuando se llama a un albañil para hacer un trabajo en una casa en la que ya estás viviendo, por más que seas el que paga, no significa que seas el que manda. Los albañiles instalan por unos días su manera de trabajar y de vivir en el centro mismo de tu hogar. Te guste o no, observan tu rutina y tu manera de vivir como quizá ninguno de tus familiares más cercanos.
Construir y reformar es por momentos un poco eso, someterte durante un lapso de tiempo a una situación necesaria pero a la vez incómoda y estresante.
Ahora sí, ya se fueron, voy a pasar la aspiradora, después HECHO EN EL BALDE, y andá a saber cuándo carajo vamos a terminar de sacar esta mugre para que todo quede como lo soñamos…