Monday, August 21, 2017

LLEGADA DEL AÑO 2000



Yo vi llegar al año dos mil. Lo lamento si no es tu caso, lo lamento si llegaste después. Es simple, no me tocó ver la llegada del año mil y no voy a poder ver la llegada del año tres mil, pero tuve el privilegio de ver la llegada del dos mil cuando tenía veintiséis años, nada más que eso. Caí dentro de la combinación adecuada, una coincidencia que no se suele dar muy seguido, un cruce de coordenadas único e irrepetible: alguien un día empezó a contar de cero, todos estuvieron de acuerdo y la cuenta siguió. Podría no haberme pasado pero… sucedió. Antes de eso se tuvieron que dar miles de procesos, cruces entre personas, procreación, salud, vitalidad, suerte de estar en el momento justo.

Y así llegó el año dos mil. Tuve en mis manos los almanaques que decían “año dos mil”, algo que se anhelaba ya desde principios del siglo veinte. Todos hablaban de llegar al dos mil, preguntarse cómo sería, imaginar el mundo futurista, las máquinas, las computadoras, líderes que sentenciaban que el año dos mil nos encontraría unidos o dominados, profecías, predicciones truncas, estallidos y el fin del mundo. Muchos que soñaban con verlo no llegaron y se quedaron en el camino, en cambio muchos podrán decir hasta el día que se mueran que nacieron en el año dos mil aunque no lo hayan visto llegar. Pero yo estuve ahí, desbordado por la ansiedad y la frustración que sentí al no poder participar de ninguno de los eventos importantes que se organizaron en el mundo, mirando por televisión como Julio Bocca bailaba con Eleonora Cassano en Tierra del fuego, o como recibían el año nuevo en Nueva Zelanda, Nueva York o Pekín. Miraba y pensaba en la máxima que Bono (cantante de U2) sentenciaba en la canción Stay: “con televisión satelital podés ir a cualquier parte”.
Pero para eso, para mirar el mundo por televisión, para imaginarme en esos lugares y entender que ya no necesitaría ir a ellos para saber lo que se siente, todavía me faltaba mucho desarrollo espiritual. Lo cierto es que a mis hijos les podré contar que vi llegar el año dos mil, podré decirles que me sentía solo y que todavía no había conocido a quién sería su madre.

Vi llegar el dos mil. Al final el mundo no explotó. Podría decirte también que fue algo maravilloso e irrepetible pero no, no fue nada extraordinario. Cuando un número termina en cero, y más todavía si termina con tres ceros, genera cierta excitación: un reseteo inmenso en un contador inmenso en un mundo inmenso. Volver a fojas cero, empezar de nuevo a ver si de una buena vez por todas podemos hacerlo bien. Muchos viven ese reseteo como si fuera un indulto brindado por el destino, otros lo viven como quien toma el colectivo todos los días a la misma hora y en el mismo lugar.

Yo vi llegar el año dos mil, lo sentí, lo respiré, lo atravesé y no tengo grandes recuerdos de eso. Demasiada ansiedad al pedo. Ya está, sólo quería decirte eso, no es mucho pero para mí es algo, un consuelo de tontos, de esos que no sirven para nada.

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