Una gran parte de los argentinos tenemos problemas de pronunciación. Sobre todo con el asunto de la maldita “S” que se encuentra al final de muchas palabras de nuestro vocabulario. Yo creo que nos cuesta pronunciarla porque eso supone un esfuerzo, un plus que nos consume tiempo. Y porque además tenemos urgencia por hablar. Incluso ya de entrada abrimos la boca con miedo a que el otro nos interrumpa y no lleguemos a terminar la frase (si lo hacen los periodistas cuya tarea es preguntar y escuchar ¿por qué no lo van a hacer las personas?). Y no terminar de decir lo que uno quiere decir puede ser algo bastante similar a lo que en la jerga sexual se conoce como “quedarse con la leche”. No hay vuelta que darle: nos parece más importante expresar la idea que pronunciarla de un modo correcto, y entonces que el orgasmo sea una lluvia y no un chorro teledirigido. Que salga como sea, pero que salga. Entonces “dame dos” se convierte en “dame do” (como si el otro fuera un afinador), “tenemos” es “tenemo”, “¿vos sabés?” es “¿vo sabé?” y así montones de ejemplos. Y no es una cuestión de clases sociales, en realidad se lo escucha en todas por igual. Quizá esa “s” que tanto nos cuesta pronunciar al final de cada palabra además de simbolizar nuestra falta de pluralismo, también expresa lo mucho que nos cuesta apegarnos al esfuerzo de hacer las cosas bien. El tema no es que salga perfecto, sino que salga rápido, que salga como sea, porque si te quedás te la ponen. Seguí noma’, dale noma’. Ponele alambre, ponele.
No comments:
Post a Comment