Thursday, April 15, 2010

UN PEQUEÑO INCONVENIENTE



El otro día aparqué el auto en el estacionamiento del trabajo, antes de bajar cerré la puerta activando las trabas de forma manual y me olvidé la llave adentro. Todo un inconveniente. Eso es por no arreglar el cierre centralizado, me dije. En el momento en el que me di cuenta me sentí mal. Bueno, no me sentí mal, me sentí un boludo, que es algo mucho mejor que sentirse mal. La otra llave, la que solucionaría el inconveniente, estaba en mi casa, 25 km al oeste del gran Buenos Aires, dentro de una canastita de mimbre, encima de uno de los muebles de la cocina. Por suerte, una vez cumplido mi turno de trabajo, un compañero me alcanzó en su auto hasta unas cuadras de mi hogar dulce hogar. Cuando llegué, entré, vacilé, tomé la llave y me volví a buscarlo. Lo lógico, más que nada debido a la distancia, hubiera sido dejarlo en la playa de estacionamiento, levantarme una hora antes al otro día, viajar en colectivo y retirarlo luego de cumplir mi turno, todo junto a un consecuente ahorro de dinero y combustible. Pero fue más fuerte que yo. No podía esperar hasta el otro día para enmendar un error. No me iba a sentir tranquilo y el resto del día no iba a ser algo disfrutable en absoluto. Pero digamos que a ese hombrecito que habita dentro mío y que trata de buscar lo positivo en este tipo de cosas, el viaje en colectivo le vino bien. Me lo tomé como un paseo por más que no fuera un paseo. Además de darme una vuelta por el Musimundo de Liniers, me la pasé leyendo UN PEQUEÑO INCONVENIENTE de Mark Haddon, que a comparación de su anterior libro EL CURIOSO INCIDENTE DEL PERRO A MEDIANOCHE, me aburre bastante. Pero, al igual que uno de los personajes de la novela, no iba a evitar las situaciones difíciles y no iba a dejar una película mala por la mitad. Así que bueno, me dije, tengo que ir a buscar el auto y llegar al final del libro porque ya leí mucho más de la mitad. No es que sea un mal libro, pero bueno, cada uno sabe qué cosas le despiertan placer. Incluso creo que disfruté más el haberlo conseguido a mitad de precio en Parque Rivadavia que el hecho de transcurrir sus páginas. Después llegué, fui a la playa de estacionamiento, suspiré aliviado, saqué la llave de la riñonera (bolsillo que había mirado de reojo durante todo el viaje), abrí el auto y me volví para casa. Al salir me crucé con un compañero que estaba entrando su BMW modelo 81. Le conté lo que me había pasado de ventanilla a ventanilla. Nos reímos. Y de esa risa supe que se iba a hablar de mí un par de días o cuando hiciera falta reírse de algo. 

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