Hay refranes que suelen quedar exentos de cualquier cuestionamiento, lo que de alguna manera los convierte en una de esas máximas que nos ayudaran en los momentos indicados. En este caso me voy a referir a un par que a su vez intentan decirnos lo mismo pero con matices muy distintos.
Ellos son:
1-No hay que escupir para arriba (También conocido como “no hay que escupir al cielo”).
2- Nunca digas de esta agua no he de beber.
La primera es bastante clara y de hecho cualquiera puede intentar hacerlos y ver qué pasa. Y si todavía no dejaste de leer este texto para hacer la prueba, paso a explicarte. Si escupo para arriba, el pollo me va a caer en la cara. Es decir; la mierda que yo tiro me va a caer encima, va a volver a mí como un búmeran pero a su vez no de una manera tan acrobática. Entonces podría decirse que “Hecho el refrán, hecha la trampa”; mejor escupir en sentido transversal, o hacia abajo (cuidando de no pegar se en el pie), o en todo caso escupir para arriba y correrse a un costado aunque ese no sea un acto muy propio de un caballero (¿todavía existen los caballeros?). Con la otra máxima, la número dos, la que básicamente nos está queriendo refrendar aquello de nunca digas nunca, ocurre algo parecido. Porque si no te queda otra que beber esa agua que dijiste que nunca ibas a beber, de última le das un trago, hacés un buche, y cuando nadie te ve, la expulsás detrás de cualquier árbol.
El tema es que aunque sean verdades comprobadas, uno muchas veces no puede evitar escupir para arriba o decir que no beberá de esa agua, porque aunque uno tenga bien sabido que hay grandísimas posibilidades de que el pollo le vuelva a la cara o de que en algún momento de su vida pueda llegar a beber de esa agua, lo inevitable es que uno necesita tomar posición frente a las cosas. No te podés pasar la vida diciendo “Yo por las dudas no opino, andá a saber si después me sale un hijo puto”. Es muy choto ser un tipo así, incluso la vida misma deja de ser un gran abanico de matices. Jugársela contra verdades de ese calibre es un poco como en el cuento de Borges (El Sur) cuando a Dalhman, luego de contestarles a unos mozos que lo estaban molestando, lo desafían a salir a la calle a pelear con cuchillo. Pero Dalhman está desarmado. Entonces un gaucho estático que estaba por ahí sin tener mayor injerencia en el cuento, le arroja un puñal a sus pies. Y Entonces a Dalhman, que algún que otra vez había jugado con uno de esos pero nada más, no le queda otra que tomar el arma, salir a la calle, y que sea lo que sea, aún sabiendo que lo más probable es que muera. Entonces para no ser indefinido uno a menudo dice cosas tales como “Jamás voy a hacer esto” y resulta que luego de un tiempo, quizá por la misma influencia de la gente que lo rodea, lo termina haciendo. Entonces para zafar medio que uno termina tomando esa agua a escondidas. Es cierto, hace trampa, pero bueno, así es la vida. En conclusión: sabemos que algún día se nos puede dar vuelta la torta, pero mientras tanto hay una innegable necesidad de plantar bandera y despotricar de lo lindo, porque tarde o temprano a los demás también les va a pasar lo mismo y ahí estaremos para reírnos, porque en el fondo sabemos que algún día estaremos en su lugar y se reirán de nosotros cuando nos caiga nuestro propio gargajo en el medio de la cara. Y además, uno no es el mismo de antes, cambiar de manera de pensar no siempre es traicionar principios. Si las cosas cambian cada vez más rápido ¿por qué no vamos a cambiar nosotros? Así que basta de tenerle miedo a los refranes. A plantar bandera y a despotricar se ha dicho...
La cumbia es una mierda.
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