Tuesday, December 07, 2010

AUTÓGRAFOS


Mi tía tiene guardado bajo llave un autógrafo de Sandro. Se lo consiguió mi papá cuando lo vio en un café durante sus épocas de barrendero. En su juventud, como muchas chicas, mi tía fue fan del gitano. Todavía tiene sus discos prolijamente encolumnados en la parte inferior de su centro musical Kenia Sharp. 


Mis padres atesoran un Long Play con la firma de Floreal Ruiz. En la tapa tiene un dibujo de un niño canillita vendiendo diarios en una esquina. Lo obtuvieron una noche en la que fueron a verlo cantar (yo ni en pedo iría a un concierto con un disco bajo el brazo).


También en su época de barrendero, mi viejo me consiguió un autógrafo del Pájaro Caniggia. Fue en la época en la que vino a jugar a Boca y se daba picos con Maradona. La época en la que Mariana Nannis hablaba de la diferencia entre el caviar y la mortadela. Esos frívolos y feos años 90.


En mi primer año de secundario tuve a un profesor que se jactaba de poseer un autógrafo de Pelé. Según nos contó, lo obtuvo en la época en la que el Santos de Pelé vino a jugar a la cancha de Huracán. Muchos nos reservamos el derecho de creerle.


Ahora que lo pienso, algún día me gustaría tener un autógrafo de Maradona. Pero es sólo un deseo. No voy a salir en su búsqueda como un loco (si es que los locos salen a buscar cosas), al fin y al cabo es sólo una firma sobre un pedazo de papel. Son fetiches. Polvo de estrellas. Las celebridades que supimos conseguir. 

 

En mi trabajo me la paso autografiando partes de producción. Hay miles de papeles con mi firma guardados en varios armarios. Simplemente certifico en un parte la cantidad de packs que se produjeron en cierto lapso de tiempo.

 

Supongo que si mañana muriera o fuera famoso adquirirían cierto valor. El valor de un testimonio que mediante mi firma certifica que transité por determinado lugar, cierto día, a cierta hora. Como un boletín escolar o un diploma de estudios. Del mismo modo en que Sandro alguna vez se sentó a tomar un café y un barrendero entró a pedirle que le firme una servilleta de papel que testimonie que lo había visto. La gran diferencia es que Sandro siempre fue una leyenda para millones de personas. Yo en cambio le importo a unas pocas, las necesarias para que una persona se sienta querida y acompañada. Eso sí, muchas veces no puedo evitar preguntarme qué valor tendrían mis cosas si de repente dejara de existir. No sólo mi obra artística, sino todos esos papeles que me paso firmando en mi trabajo. Pero sin dedicatoria.

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