La triste noticia del fallecimiento de Luis Alberto Spinetta provocó que muchos de mis amigos en facebook que habitualmente no suelen conectarse, entraran a su muro para expresar lo suyo. Se dio un poco como pasa en los velorios, ese encontrarse en situaciones especiales con cierto halo de conmoción y pensar por lo bajo aquello de “mirá en qué situación nos venimos a encontrar”. Intercambiamos mensajes fraternales, subimos videos y fotos del capitán Beto, y nos mostramos consternados. Son muy pocos los momentos en los que miles de personas coinciden en un mismo sentir. Y de alguna manera la muerte del Flaco fue una bengala que se disparó al cielo para explotar en miles de destellos que cayeron sobre la cabeza de quienes amaban su arte y de quienes apenas lo conocían. Sus recordadas frases poéticas y sus canciones no sólo inundaron los medios sino también las redes sociales. Los que sentimos pesar (y estoy hablando de un “verdadero pesar”), los que sentimos ese ahogo en el pecho, pudimos encontrarnos y fraternizar en una especie de velorio virtual, y desahogar así nuestra congoja ante tamaña e inesperada pérdida (“Hermano no te puedo explicar la tristeza que tengo por la muerte del flaco...”, me escribió un amigo entrañable).
Porque la agonía del flaco no fue tan mediática como la de Sandro. Hará apenas unos meses que salió a la luz lo de su enfermedad. Nada más que unos meses. Y a muchos todavía nos costaba asimilar que estuviera enfermo. Como si en vez de un cáncer de pulmón tuviera apenas un resfriado. Muchas celebridades lucharon contra el cáncer y le ganaron la pelea, y creímos que el Capitán Beto iba a ser uno más. Y de repente la notica choca. Un cross directo a la mandíbula. Tití portando un dulce exocet.
El flaco se fue.
Es 8 de febrero y su música estalla en todas las radios habidas y por haber. Tanto Vorterix (103.1 Mhz) como la Rock & Pop (95.9 Mhz) programan 24 horas con su música. Hay un símbolo negro en las pantallas de Tv. No se lo vela en el salón de los pasos perdidos, ni se decretan días de duelo (mal ahí). Un funeral privado. Los fans siguiendo el cortejo fúnebre. La cremación. El anuncio de que sus cenizas serán esparcidas en el río de la Plata. Y listo. La vida sigue.
Habrá homenajes y se seguirá hablando de un artista único en el mundo y en la historia de la música. El flaco ya no está. Pero su obra está latiendo como el canto del carozo dentro del durazno. Y nosotros somos duraznos sangrando congoja. Muy pocas veces se da que cuatro generaciones pueden disfrutar de un artista sin igual. Algún día sabremos lo que pensaba y decía en su agonía. Cómo se preparaba para ese momento. Algún día sabremos qué cosas quedaron en los cajones o en el rígido de la Diosa Salvaje. Ahora la vida sigue. Y los que compartimos la pena de un modo fraternal nos aprestamos a salir a la calle y seguir viviendo, porque MAÑANA ES MEJOR, aunque Luis Alberto Spinetta ya no esté entre nosotros.
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