Sunday, March 18, 2012

THE WALL LIVE - LA ESTRELLA ES EL MURO.


Espectacular y austero a la vez. Esa es la sensación que me quedó luego de presenciar uno de los 9 shows que presentó Roger Waters en Buenos Aires. Porque de alguna manera uno sabía muy bien con lo que se iba a encontrar. Era como venir a al cine a ver una remake o la reposición de un clásico. Porque THE WALL LIVE no es un concierto de rock convencional. De hecho la reacción del público en el principio es la de un público teatral: silencioso, expectante y dispuesto a aplaudir apenas aparecen los actores en escena.

Cuando se apagan las luces dos soldados suben al escenario para sacudir y condenar un muñeco de trapo color blanco, que luego es abandonado en el suelo e iluminado por un haz de luz mientras por los parlantes suena la melodía de Outside the wall. Después arrancan los primeros acordes de In the flesh con una espectacular puesta de fuegos artificiales, más la simbología de los dos martillos cruzados, banderas, uniformes y la aparición de Roger Waters de impecable negro y zapatillas blancas, con un andar un tanto encorvado y cansino, saludando como si fuera un candidato electoral. La gente reacciona ovacionando, y al ver su imagen en los costados de la pared por un momento dudo de si es Waters o Richard Gere.

En el final de In the flesh, un avión de utilería atraviesa todo el estadio y se estrella contra la pared, todo se oscurece y con los primeros acordes de The thin ice la introspección y la melancolía se adueñan de la noche. Entonces uno empieza a entender que es parte de un masa de 60.000 personas que se juntó en un mismo lugar a escuchar una obra llamada THE WALL, álbum de Pink Floyd que la mayoría de los que estamos aquí conocemos de memoria. Y se sabe que en algún momento ese muro se va a cerrar. Y la banda que ejecuta la obra a la perfección va a quedar ahí atrás, un poco cumpliendo el papel que cumplen las orquestas en la fosa de los teatros.   

Entonces no queda más que mirar el muro y las espectaculares proyecciones que danzan sobre él, proyecciones construidas con una inusitada artesanía computarizada que se reflejan en el fondo blanco y nos atraviesan la mirada. Cuando a la mitad del show Roger Waters canta “good bye cruel world” y coloca el último ladrillo, la gente aplaude el fin del primer acto y el inicio de un intervalo de 20 minutos. Y entonces entendemos que a partir de ahora el muro será el protagonista excluyente, una especie de cine a cielo abierto.
 
“Hey you” es el punto de total aislamiento entre la banda y el público, ya que es interpretada íntegramente ahí detrás, con unas ínfimas proyecciones sobre la pared. Primero me pregunto si lo que suena es una banda o una grabación. Después imagino que debe estar bueno tocar ahí detrás con todo un estadio imposibilitado de verte. Cuando termina la canción aparece Waters. Y todo lo que podemos mirar es a Waters con el muro detrás. Y luego de un lapso de tiempo llega un momento en el que las imágenes, muchas archiconocidas, tomadas y remozadas de la película de Alan Parker, aburren un poco.

Hay elementos de valor un tanto totémico para los fans, como la marioneta gigante del “teacher”, o el chancho volador, o el avión que se estrella en el muro, o la pantalla redonda detrás de la banda, que no me provocan gran cosa al verlos. En la década del 70 y los 80 habrán sido algo fabuloso, pero hoy, con todo lo que se ha visto en materia de espectáculos no llegan a sorprenderme demasiado.

Cada uno se conmoverá con lo suyo. Pero los momentos que más me pegaron fueron 3.

Mother: una de mis canciones preferidas, con Roger empuñando una guitarra acústica mientras a sus espaldas se proyecta una imagen suya interpretando la misma canción en el Earl Court de Londres en el año 1980. Es el único momento en el que Waters nos saca del clima teatral y nos regala un momento de concierto convencional. Cuando escucho a Robbie Wycoff cantar las partes que otrora interpretaba Gilmour, entiendo que daría lo que fuera porque el que esté ahí sea él, como ya ocurrió una vez en Londres. Cuando Roger canta “¿Madre, debería confiar en los gobernantes?”, sobre la pared aparece la leyenda “Ni en pedo”. Leo eso y me río al igual que todo el estadio y pienso en Waters entrevistándose con la presidenta Cristina Fernández y sacándose fotos con el jefe de gobierno porteño Mauricio Macri.

Hey you: Cuando la vi en you tube me chocó bastante, pero ahora que lo veo ante mis ojos me gusta. No importa si no ves a los músicos interpretarla. Es una gran canción y todos la sabemos y la cantamos por lo bajo. El muro no parece molestar. Es una idea un tanto chocante al principio pero es muy original.

Vera Lee: Sobre el muro se proyectan imágenes de padres reencontrándose con sus hijos en distintas situaciones. “¿Alguien más aquí se siente de la manera en que me siento?” canta Waters y la piel se me pone de gallina. De repente siento deseos de teletransportame a casa y abrazar a mi hijo.

Cuando luego de The trial se cae el muro la gente aplaude y se produce el reencuentro con  los músicos. El final es relajado y alegre con la versión acústica y festiva de Outside the wall. Después todo termina y nos vamos. Las sensaciones son raras. Es como que no logro irme completo y me pongo a pensar. Es mucho lo que una obra como THE WALL ha escarbado en el alma de la gente. Se me cruzan imágenes. Los ojos grandes en el muro y la pregunta “¿Hay alguien más ahí afuera?”

Mientras camino por Monroe pienso en la austeridad efectiva del show, donde las proyecciones sobre el muro es lo que consigue mantenernos atentos. El sonido envolvente. Las canciones. Mientras miraba el espectáculo pensaba en que la mejor manera de escuchar THE WALL quizá no sea en un estadio,  sino acostado en la cama con auriculares, o mirando la película de Alan Parker, con un cigarrillo en la mano y un vaso de buen vino en la otra, despatarrado sobre un sillón como Pink frente a la TV y sus 13 canales de mierda.

Canciones como Run like hell o Comfortably numb se me antojaron más efectivas cuando eran interpretadas por el Pink Floyd de Gilmour, Mason y Wright en la gira de Pulse, con su espectacular despliegue de luces. Aquí el muro les quita un poco la pulsión rockera.

En lo personal no me fui eufórico a casa. Pero sí en paz conmigo, por haber estado ahí y verlo con mis propios ojos. Los días subsiguientes me encontrarán escuchando THE WALL y reviviendo sensaciones, heridas profundas y hermosas que esas grandes canciones provocaron en mi alma.  

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