11 días sin sol. Ni siquiera lluvia, es decir, lo que se conoce como lluvia en sí. No cuento las garúas que hubo en el medio, ese aire de agua que al atravesarlo nos hace sentir como si camináramos en medio de una gran nebulización.
Nebulización para todos (inevitable pensarlo).
Pero el sol no asoma ni a palos. Tampoco hay viento. Entonces las nubes no se corren, al contrario, se estacionan sobre nuestras cabezas, como si fuéramos una especie de parador en un largo viaje que a su vez amerita, por lo visto, un largo descanso.
Pasa que tantos días de cielo gris te cambian la cabeza, el ánimo, la salud, las ganas de esto o aquello… Y además la humedad. Todos los días. Mocos, gargantas inflamadas, fiebre. Incluso no sé qué ropa ponerme. Me siento extraño si tengo un buzo frisado arriba de una remera pero a mi alrededor un 80 por ciento anda en mangas cortas, pero después pasa uno con una campera, y otro con un buzo frizado y entonces llego a dos conclusiones: los que estamos abrigados andamos con diversos síntomas gripales o andamos todos confundidos en cuanto a sentir el clima. Y además la ropa que no seca. Un tender repleto junto al calefactor. Otro al lado del horno. Piso que se lava y no se seca. Y muchas otras cosas que no se secan. Agua que no fenece ni se escurre. Agua que no quiere volver al cielo.
Tantos días de nubes se sienten como si una especie de reina Victoria nos hubiera echado sus largas faldas encima. A veces imagino que somos hormigas y que alguien de afuera tapó el agujero del hormiguero. Sonará trillado, pero quiero ver el sol, el puto sol que no tiene la culpa. Porque siempre está. Y no es ninguna novedad que algo se interponga entre nosotros y lo que deseamos. No podemos hacer nada. Sólo seguir con lo nuestro y esperar a que pase. Demasiado Londres en Buenos Aires. Sí, de vez cuando hay agujeritos y se filtran unos rayos. Pero enseguida cae el impermeabilizador y tapa la abertura con brea.
¿Qué haremos cuándo se vayan las nubes?
¿Ya pensaste en lo primero que vas a hacer cuando haya sol?
Todavía no.
Siempre lo mismo, primero que haya y después veo. Cero previsión. Cero ansiedad.
Por ahora me sigo preguntando qué cosas estarán ocurriendo en el espacio que hay entre el sol y las nubes de la misma manera que un adicto a facebook se pregunta cuántos comentarios y mensajes privados le habrán llegado cada vez que no puede estar conectado.
Haciendo un paralelismo creo que los dos descubriremos tanto cuando se vayan las nubes como cuando nos conectemos a la red, que sólo nos estábamos perdiendo de vivir lo mismo de siempre, lo común que pasó a ser extraordinario gracias a la ausencia.
Salió el sol.
Hora de tender los calzoncillos en el patio.