21-02-2006
Cuando pienso en la clase de persona en la que me he convertido (¿convertido o convirtieron?) no hago más que comprobar que me hubiera gustado ser de otra manera. Primero ser un poco más amable y educado; segundo, hablar de un modo más pausado para que se entienda lo que quiero decir, y tercero… me gustaría saber lo que quiero decir. Hace años que pienso en eso y me hago la misma pregunta una y otra vez: ¿Qué quiero decir cuando quiero decir? Entonces surgen las otras, las subpreguntas: ¿Quiero decir o quiero demostrar? Y en caso de lo segundo ¿Demostrar qué? ¿Sabiduría? ¿Versatilidad verbal? ¿Rapidez mental? ¿Hablar es un intento vanidoso? ¿Entendiste algo de lo que dije? Muy político lo mío, ¿no? Queda bien pero de ahí a que sirva… Tendría que cortarla un poco con estos ataques hacia mí. Porque esto ya no es autocrítica, es un ataque a mi centro vanidoso una y otra vez. Es como que uno al atacarse primero, mucho antes que los demás lo hagan, crea una especie de campo de fuerza. Vienen los misiles, rebotan tranquilos y se vuelven a su casa. Pero hay días en que el escudo no está bien abastecido y ahí es cuando penetran los más picantes y te aciertan de lleno, justo ahí donde no querés. Entonces te ponés triste porque ese día te descuidaste y no te atacaste lo suficiente, así que te vas al otro escudo: tu casa. Te vas a duchar, te vas a poner el pijama y te vas a acostar a dormir. Si es que podés. Igualmente, después de toda esta magra descripción de guerra de palabras a control remoto, sin sangre ni cuerpos mutilados, vuelvo a preguntármelo de nuevo. Está ahí y molesta bastante. Es como esa gente que no tiene nada que hacer y que encuentra sentido a su vida rompiéndole las bolas al queridísimo y honorable prójimo. Es la mosca en la sopa y el mosquito en la oreja, es todo eso junto y mucho más. Y lo peor de todo es que ni siquiera alcanzamos a ser amigos. Convivimos y punto. Por eso me pregunto… ¿Qué quiero decir cuando quiero decir?
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