Monday, June 06, 2011

MACHINE MAN


Esta mañana pasó el cartero, me vio en la calle y me hizo una pregunta con respecto a un domicilio que no podía ubicar. “Hola máquina, ¿cómo andás? ¿Te puedo hacer una pregunta?”, me dijo. Le contesté, entré a casa y me quedé pensando.

Che máquina, ¿cómo hago para agarrar Callao?

Che máquina, ponete las pilas.

Che máquina esto, che máquina lo otro.

Hete aquí una de las tantas expresiones cotidianas proveniente de gente por debajo de los 40. Lunfardo de nuestro tiempo. El lunfardo que cambia.

Se lo escuché decir a Cortázar en una entrevista con Martín Caparrós.

El lunfardo se va renovando con el tiempo y esos cambios se pueden apreciar cada 10 años. En esa ocasión el gran Julio se refería al término “chantapufi”, que después se convertiría en “Chanta” para luego entrar en la categoría de “Expresiones populares en extinción”. Lo cual quiere decir que dicha expresión pasa a formar parte de la caterva de términos que por lo general se escuchan de boca de nuestros padres y no de nuestros hijos.

Hay palabras que se usan como una especie de puente para comunicarse con el otro cuando no sabemos su nombre de pila o no tenemos ganas de pronunciarlo: monstruo, capo, fiera, vieja, loco, vago, etc… cada uno merece un análisis individual pero en especial me quería referir al término “máquina”. Porque me suena a que soy un engranaje, una mínima pieza de una compleja red tecnológica y comunicacional, me suena a época computarizada, a máquinas herramientas, a máquinas voladoras. No es un término peyorativo, ya que por lo común cotidiano las máquinas son dignas de admiración (“Flor de máquina” se suele decir cuando uno se quiere referir a uno de esos automóviles que no dejan de ser una exquisita combinación de confort y velocidad). Pienso que cuando nos acostumbramos a decirle al otro “máquina” estamos reflejando esta tecno-época en la que vivimos: llena de señales, computadoras, samplers, I-pads, play station, autos inteligentes, aviones, cyber espacio, cámaras digitales, radares, antenas satelitales, fibra óptica… cosas que encerramos dentro del término máquina. Y una máquina en sí carece de individualidad. Depende de quién la manipula. Tanto para su funcionamiento como para su reparación. Y como toda persona, una máquina a veces nos maravilla y otras es digna de que la agarremos a patadas. Nos simplifica las cosas y otras nos la complica por un simple cablecito desoldado o un componente que ya cumplió su vida útil. Y además una máquina es algo desechable, algo que se cambia por otra mejor cuando ya no sirve o no es capaz de satisfacer una creciente demanda. Y sentirme una máquina… que alguien me diga máquina en vez de usar un término más biológico como “fiera”, “loco” o “boludo” si se quiere, es un poco preocupante. Porque no sé si me quiere decir que soy veloz o que soy una chatarra. Que soy un engranaje o un motor con el bobinado cortado. O por ahí me quiere decir que soy un autómata, un ser absorbido por el sistema. Un ser lleno de lazos virtuales que me conectan a redes de comunicación y manipulación mental.

Roger Waters en los años 80 nos decía que éramos “otro ladrillo en la pared”. Que el sistema educacional nos metía en una picadora de carne. En los 90 los Radiohead nos mostraron que somos androides paranoicos y que lo mejor era buscar una casa con jardín y quedarnos allí “sin sorpresas”. En la década pasada sentí una especie de bifurcación entre los que te dicen “conectate a la red, sentite parte del mundo” y los que están en contra de eso, los que quieren una vida más sana y naturista, una vida en armonía con el cuerpo y sus centros energéticos. Pero muchos le siguen diciendo al otro “Che, máquina” y el otro se siente un avión. No piensa en una Pentium 2. ¿En qué se convertirá ese lunfardo? ¿Cómo le llamaremos al otro en el futuro? ¿Manzana o Dual-core? ¿Pepino o boludo 2.0?

A maquinar se ha dicho…

No comments:

LinkWithin

Related Posts with Thumbnails