Mientras miraba un video del concierto que los Guns N´ Roses dieron hace muy poco en la versión 2011 del festival Rock In Río, no podía dejar de pensar en la fascinación que en cierta medida ejerce sobre nosotros la decadencia de una estrella. Como todos saben el Guns N´ Roses actual en nada se asemeja a la formación original que supo brillar a fines de los 80 y parte de los 90. En algunos medios especializados se los conoce como “Axel y sus muchachos” o “Axel y una banda que hace covers de Guns N´ Roses”. Lo cierto es que la versión 2011 de Axel es un tanto triste si se la compara con la actualidad de Slash, Matt Sorum o Duff Mc Kagan, todos ellos en buena forma. En cambio este Axel tiene unos cuantos kilos de más, una cara mofletuda, una garganta demasiado mal cuidada, retazos de aquellos movimientos sexys sobre el escenario, algún que otro alarido y muy poco de aquella voz rasposa que solía ponerte los pelos de punta. Además se olvida las letras, desafina y trata de ocultar su cuerpo enfundado en ropa de corte más bien ancho. En la revista Rolling Stone Juan Barberis escribió “notablemente más torpe y estático -con jeans cortados que explotan, remera negra, campera de cuero y sombrero de cowboy-, su magnetismo y su perfil de chico peligroso siguen vivos de alguna manera”. Así y todo no podía dejar de mirar el concierto. Es extraño. Pero la decadencia de una estrella es algo que se me antoja fascinante. Porque uno mira y va buscando los retazos de aquellos buenos tiempos, los recorta y los une para armar un todo. Un todo muy chiquito. Como si fuera un rompecabezas. Revolver la basura, encontrar las piezas, limpiarlas y reconstruir la forma otrora dorada en nuestra cabeza. Todo un pasatiempo pelotudo, ya lo sé, pero no puedo dejar de sentirme como si estuviera debajo del agua contemplando los restos del Titanic. Y es muy loco vivir esa época de esplendor y 20 años después contemplar los resultados de un proceso tan idiota como autodestructivo. Pienso en el Jim Morrison sex Simbol de Light my fire y en el que murió en París. Pienso en el Charly García de Demoliendo Hoteles y en el de Say no more. O en el Maradona del 86 y este que acaba de cumplir 51 años.
“Acá no importa demasiado que Axl se quede sin aire, se le rompa la voz o simplemente no se escuche. Estamos acostumbrados a ver a nuestros ídolos en cierto estado de desgracia, fuera de forma o recordando sus años dorados. Ejemplos nos sobran.”
Revista Rolling Stone.
La decadencia fascina. Sobre todo el camino de excesos que suele conducir a esta. Y entonces uno duda de la frase de William Blake. ¿Dónde está la sabiduría que nos concede el camino del exceso? Lo que vi el otro día no era precisamente un palacio de sabiduría. Pero Axel hace dinero con los restos de su reinado. Y muchos asisten a ese proceso de degradación como quién contempla una inmolación pública. Y un poco jode ver al tipo en ese estado. Pero también fascina (pienso en cuantas veces usé esta palabra en lo que va del texto).
“Está hecho mierda” es lo primero que uno dice.
“Pero en algunas cosas se mantiene” dice un rato después.
Y a la vez se pregunta qué es lo que nos provoca contemplar la decadencia. Quizá la certeza de que algo ya no volverá a ser. Que ha encarado un camino irreversible. Y lo que no vuelve a veces jode. Tanto como aquello que vuelve para terminarnos de convencer que al final lo que queríamos que vuelva no era gran cosa. Que si queremos que algo vuelva es porque nos sentimos vacíos. Que nuestro capricho era tener 5 minutos de fascinación, tomarnos una cerveza y seguir jugando a las cartas. Como en el final de The Truman Show. Consumimos entretenimiento. Y cuando se termina, cambiamos de canal y a otra cosa.
La cosa es llenar los huecos y de paso olvidarnos del vacío. Todo parece servir. Incluso los restos de un reino fugaz.